jueves, 14 de febrero de 2008

La Boca


Icono de la Argentina tanguera y bohemia, la Boca o, más bien, las dos o tres callecitas que conforman su área turística, nos recibieron con su jolgorio y su “sonido arrabalero”, milongero, característico. Una multitud de turistas de distintas nacionalidades llenaban Caminito y su calle paralela. Restoranes con mesitas en las calles y veredas, el adoquín en Caminito, las parejas de bailarines de Tango, vestidos hermosamente, a la entrada de los restoranes, todo exigía una presentación adecuada. Así que la Fran y yo vestimos faldas. La Fran una faldita coqueta y unas chalas compradas en Palermo hace dos años que la hicieron sufrir parte de la visita (lo grafican muy bien las fotos), y yo un vestido colorido, regalo de la Lela. La idea era no desentonar.

Llegamos en un microbús que nos dejó en un paseo que va a orillas del Río de la Plata. Café con Leche, dijo del río una vez nuestro amigo Javier. Y sí, café con leche, pero de un olor nauseabundo; en sus aguas se acumula toda tipo de basura. El estero Marga-Marga es diáfano de aguas y hasta perfumado al lado del Río de la Plata en esa zona. Había que cruzar una calle para que el olor desapareciera y llegar a la zona turística. No obstante, la foto de rigor, pues las imágenes no captan olores y el paisaje era hermoso, con las antiguas maquinarias del puerto detrás.

Elegimos un restorán que tuviera en su carta pastas y carne. Habrá sido mejor elección repetir el restorán de hace dos años, con bailarines incluidos. La Boca debe vivirse como una experiencia completa. Presenta todos los ingredientes que le permiten al visitante empaparse de identidad en cada actividad, así que en eso fallamos esta vez, aunque la comida haya estado abundante y sabrosa.

Después nos dedicamos a caminar, entramos en los callejones y conventillos convertidos en tiendas y galerías de arte y atelier. La foto obligada en la muralla que exhibe un grafitti, en realidad fue más de una foto. Llama la atención los motivos similares en estas expresiones plásticas, que hermanan este puerto con el nuestro: las típicas casitas, el motivo del viento haciendo volar banderines (en nuestro caso, ropa), las mujeres sensuales y escotadas, los hombres con rostros noctámbulos, el aire de fiesta.

Entramos a un atelier que comparten dos pintoras. Conversamos con una de ellas cuyos cuadros eran impresionistas, de colores dominantemente verdes y azules, una hermosa recreación del puerto y los callejones. Su compañera de taller se inclina más por el realismo casi fotográfico, motivos de tango y parejas en un acabado perfeccionismo. Dos tipos de arte contrastantes, el mismo leitmotiv. Ella nos comentó, en tono festivo, acerca de la chica que cantaba en el escenario ubicado en el mismo conventillo. La chica era hermosa y su look adecuado al de una chica bohemia. Pero en verdad creo que yo habría sabido entonar mejor los tangos que la voz de esta primeriza y aguda intérprete. La artista plástica resultó ser tan acogedora como la mayoría de los bonaerenses, jovial, sonriente, informada, con ese aire de dejar ser a los demás como quieran ser.

Recuerdo dos salas ubicadas en uno de estos altillos, justo donde está un maniquí vestido con un amplio poncho y con sombrero. Ambas dedicadas a los íconos de Argentina, una al Che Guevara y al lado está la sala de Maradona. Lo menciono porque, junto a la bandera argentina que se puede ver en una de las fotos, los farolitos que recuerdan los años de verdadera bohemia del barrio, el tango bailado y pintado de miles de formas en las calles, todo remite a identidad y orgullo de identidad. Pues finalmente, encontramos en las tienditas de artesanía la misma ropa teñida y de saco, el mismo tipo de macramé para pulseras y collares (y trenzas rastas), los mismos pantalones ecuatorianos rayados de distintos colores, las archipopularizadas pulseras con motivos de santos y beatos (que feas que son) y los mismos afiches. La distinción está en el sonido y el ritmo de las calles de la Boca: el tango. En la divinización de sus héroes e íconos nacionales que poco tiene que ver con rancios héroes patrios. En la exaltación de todo lo que les es propio. En el cuidado y la preservación de espacios, edificios, calles históricas. No hay en La Boca perniciosas tendencias de “modernización”, sino que el espíritu apunta a la conservación de todo lo que encierra identidad. Como muy bien lo definiera la Francisca unos días después (éste era nuestro primer día en Buenos Aires), los argentinos sufren de “argentinocentrismo”, un saludable argentinocentrismo.


Abandonamos La Boca cerca de las 6 de la tarde. Nos teníamos que juntar con Stella (nuestra única amiga en ese enorme país) y queríamos llegar temprano y frescos a la cita. Pero es imposible “abandonar” un lugar tan encantador, así que La Boca, su color, su gente, su tango, nos acompañan más allá de las fotos.
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